20.9.09

Sueños de una noche.

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No sé cómo ni por qué, pero me gritaba fuerte, muy fuerte, cosas que yo ni siquiera entendía. Me miraba a la cara, con sus ojos tan llenos de ira… se parecía tanto a las historias de su padre. Nunca pude comprenderlo, pero estoy segura que era odio. Un odio infundado en quién sabe qué cosa.


No lo podía comprender, sólo veía como las palabras salían de su boca, que meses antes me transmitió el elixir de la vida. También podía verme, tan indefensa, temblorosa, llena de confusión y escepticismo. No podía creer la tragedia que se presentaba ante mí.

Trate de salir, de escapar, pero me detuvo con sus alas, imposibilitando mi triunfante y cobarde huída. El miedo se apodero de mí, al igual que lo hicieron las gotas de lluvia salada.

Le llamó a alguien, que se encontraba del otro lado del mar, olía como a piedra preciosa, de esas que brillan mucho y suelen valer poco. También ella me gritó, y fue cuando no pude más y arremetí contra su brillo. La tome de sus caireles y rodamos por el pasto, hasta llegar a los pies del gigante, que ya nos esperaba con las alas abiertas, para tomarla de donde alguna vez estuvo su cintura.

La protegía, que ira sentí en ese momento. Fue entonces cuando llegó mi protector, que inexplicablemente dejó de serlo, y pasó a formar parte de mi tortura. Los tres gritaban hacía mí, cosas que aún no puedo comprender. Sólo veía sus rostros llenos de furia estrepitosa. Era descomunal, cada vez que lanzaban una palabra hacia mí, estaba sólo llegaba para clavárseme en algún lado del cuerpo; llevando consigo el veneno que pronto se apoderaría totalmente de mí, dejándome más débil aún.

Yo no aguantaba más, podía sentir mis células estallar. Un haz de luz iluminó mi rostro, era el ángel, aquél que había visto algunos días atrás, mientras paseaba por el cielo. Pero esta vez tenía algo raro, su rostro dibujaba una anti-sonrisa. Yo ya había oído hablar de ese maleficio, alguien te lo imponía al engañarte, pero nunca escuche que un ángel pudiera contraer dicha maldición.

Al llegar, todos miraron hacia él; yo no podía ver más su rostro, pues me había dado la espalda. Dispuso una mesa y un gran banquete, del cual todos se dispusieron a formar parte. Para mí era una escena algo extraña, la merienda del horror, donde yo figuraba como entrada, platillo principal y postre. Aún no comprendía lo que pasaba, estaba sentada a la mesa con dos personas que intentaban hacerme daño, y otras dos que se suponía debían defenderme, pero que nunca lo hicieron.

La merienda terminó, y nos dirigíamos hacia la entrada del planeta, donde mi protector despidió a los causantes de mi miedo, el ángel hizo lo mismo. Mi protector me dio la cara sólo para mostrarme una sonrisa malévola, llena de tanto placer que me aterró verla.

Al instante próximo el ángel volteo y, antes que la lluvia salada comenzara de nuevo, descargo su mano contra mi pómulo derecho. En ese momento desperté.

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